Tras 17 horas de dolores, espera y trabajo de parto, nació Martín. Cuando lo vi salir no podía creer lo enorme (54 cm). Me lo pasan de inmediato para hacer piel con piel y ahí comenzó mi miedo. Tomé tantas clases de lactancia que sabía lo que tenía que hacer, pero en el momento quedé en blanco, con un niño -enorme- encima mío, llorando, tratando de descubrir este mundo al que había llegado y buscando alimento.
Me estresé y pensé que no sería capaz, pero pude. La cabeza muchas veces nos juega una mala pasada y nos bloquea, pero la naturaleza es sabia y sí podemos, lo podemos todo.
Punto aparte y párrafo especial para los comentarios, esos que te resuenas en la cabeza antes de dormir y te hacen cuestionarte todo, ¿Existe algo más triste que recibir “consejos” cuando uno no los pide?
Lloré un par de veces porque me decían que Martín quedaba con hambre, que mi leche “era mala”, que no sabía “hacerlo bien” y que por qué no probaba con relleno. Cada mujer es libre de decidir si quiere dar pecho o no, pero para mí es algo hermoso y único; sentir que un ser humano depende de ti es alucinante, ver cómo va engordando, creciendo y desarrollándose me llena de orgullo y me hace sentir capaz de lo imposible.
Las presiones y comentarios, lamentablemente, siempre van a estar, pero hay que creer en nuestras capacidades, informarse, leer, saber pedir ayuda, fluir y entender que cada mamá y cuerpo es diferente. Tenemos que dejar que la vida nos sorprenda con este trabajo, hasta el momento es el más difícil que me ha tocado hacer, pero el que me ha hecho más feliz y completa.